miércoles, octubre 03, 2007

El sonido del martillo.

Giros y más giros por calles repletas de gente, bicicletas, mujeres con bebés a las espaldas, tiendas de alfombras, madera, plata, perfumes, Kohl, telas.
Puestos de dulces con miel, almendras, pistachos. Ciruelas secas, dátiles, incienso, infusiones, remedios caseros con especias y productos de lo más curioso: huevos de camaleón, lagartos y plantas secas, una de ellas con un cartelito donde se lee: “viagra”.

Mi guía ocasional, Jousef, me dice que le siga. Observo que se tapa con un pañuelo la boca y en su mejilla tiene un prominente flemón. Le pregunto si está bien y me dice que no es nada que acaban de quitarle una muela infectada en uno de los dentistas de la ciudad, por cierto nada barato.
De repente se para y me detiene, veo que se aproxima una nube de polvo ocre, espesa y a modo de protección se interpone de espaldas y me dice que me gire.
Desde luego, un gran guía y si al principio desconfiaba de él, ya no tenía ninguna duda de su compañía.
Íbamos acercándonos al zoco de los tintoreros que mezclan los colores de mil maneras para conseguir los morados los rojos más intensos y los amarillos más brillantes.

Mientras andábamos me tropecé con un artesano de la lana. Se detuvo y posó muy amablemente para la foto y el azul de su carga parecía irreal con el contraste del típico rojo de Marrakech.
Jousef quería enseñarme una estupenda vista de la ciudad. En la zona de los tintoreros, en lo alto de una tienda de un amigo suyo que mezclaba los colores.
Pero antes, teníamos que atravesar la zona de los trabajadores de la forja.
Entonces fue cuando lo oí.
Unos incesantes golpes de martillo. Aleatorios, sin ritmo.
Fue cuando contemplé una calle repleta de niños, uno al lado del otro, de apenas 11 años. Todos sentados, con las cabezas agachadas, golpeando una y otra vez los hierros para conseguir la forma deseada.
Descalzos, llenos de suciedad, con ropa repleta de sudor, sentados de cualquier manera, dedicados exclusivamente al increíble manejo de un martillo, no muy grande, hecho a medida para sus pequeñas manos.
Organizaciones como Human Rights Watch y Domestic Child denunciaron la existencia de esclavitud en cientos de niños marroquíes.
En sus informes podemos leer que hay 600.000 menores, entre siete y catorce años, trabajando en la más absoluta ilegalidad y bajo la mirada indiferente y cómplice del Gobierno. Si se añaden los que aún no han cumplido los siete y los que están en la franja entre 14 y 18, la cifra se duplica… esto en el reino de Mohamed VI.
Jousef me dijo que siguiera, que no me parase para ver a esos niños. No es una zona turística, ni tiene colores bonitos, ni olores agradables.

Más bien, todas las agradables sensaciones que venia recogiendo, una por una, se esfumaron..
Un niño me enseñaba el manejo del martillo, lo tiraba hacia arriba y dando piruetas en el aire, aterriza en su mano, como un hábil prestidigitador, sonriendo orgulloso.

Jousef me señala al cielo... Observo telas meciéndose en el aire.

Pero ya no puedo ver esos colores, pues se mezclan con los incesantes sonidos de los martillos.
Son esos niños que golpearán al hierro durante horas, días, semanas.
Digo a Jousef que me voy. Él me mira confundido, y al alejarme, ese sonido me sigue, me ronda y me gustaría tanto encerrarlo y llevárselo algún gobernante para que no le deje dormir por las noches, recordándole que existe infancias robadas, tremendamente tristes y que él mismo podría haber sido uno de ellos.

4 comentarios:

qaesar dijo...

También a mí me gusta pasearme por tus lápices, aunque a veces no deje rastros de mis visitas. Sigue pintando.

JLuis dijo...

Toda infancia robada es una grieta en el futuro. Cada golpe de martillo fija y hunde los sueños y ambiciones. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Es un placer sumergirse en las callejuelas de este blog y descubrir con vosotras el mundo. En este caso el viaje deja ese sonido triste, feo, que dejan las injusticias.
Gracias por compartirlo.

Alicia Mora dijo...

Gracias David,Jluis y Cesar.
Un abrazo, aún sigo escuchando el sonido de ese martillo.