martes, enero 28, 2014

Miradas de Pakistán.

Vivimos en la seguridad de nuestras casas, nuestra ciudad, nuestros llamado “primer mundo”. Ni nos imaginamos cómo seria la vida de un refugiado. Nadie puede pensar en la injusticia, la persecución, la cárcel, la enfermedad, la opresión y la falta de libertad en todas sus formas. Y esto en tu propia tierra.
Cuando este cóctel se hace insoportable, y el abuso y explotación de los que regentan el poder, el débil sólo le quedan pocas y escasas opciones: ceder ante la fuerza, enfrentarse a ella, con riesgo que eso conlleva como es perecer o recurrir a la huida. Se pierde absolutamente todo, la familia, amigos, el hogar, trabajo, la propia historia de una forma cruel e injusta, pero se salva la dignidad y lo que es más grande, la vida.
Este abuso, esta fuerza que ejerce hacia el vulnerable es tan antiguo como la sociedad y la vida misma. Es más que existiera el estado moderno y su Declaración Universal de los Derechos Humanos, de hecho el refugio es un derecho humano.
Una persona no se convierte en refugiado por una cuestión política, se convierte porque sus derechos humanos son masacrados. Hoy en día se oyen voces donde el discurso político se centra en el aspecto legal del refugiado y sin embargo se pasa de puntillas a la cuestión esencial que es la persona humana, su seguridad, libertad, igualdad o la justicia.
Entonces la Ley cobra un protagonismo que no le pertenece, es más importante que las personas a las que tiene que servir y proteger.
La decisión de escapar de tu propio país porque corre peligro tu vida no es una elección que se haga libremente, sólo la ignorancia sobre los derechos humanos puede hacernos que creer que la emigración y refugio es lo mismo y que los que solicitan asilo vienen a quitar el trabajo que escasea. Tenemos que hacer un ejercicio de empatía y preguntarnos a nosotros mismos qué haríamos de no haber nacido en el lado bueno y seguro de la frontera.
Os muestro hoy, parte del impresionante trabajo del fotógrafo Muhammed Muheisen que retrata la crudeza de la vida de los menores que huyen de la violencia. Son niños y niñas afganos refugiados en Pakistán.


Laiba Hazrat de 6 años.
Gullakhta Nawab de 6 años.
Robina Haseeb de 5 años posa para una fotografía, en el barrio de las afueras de Islamabad donde jugaba con otros niños refugiados afganos. Pakistán ha sido el hogar de una de las comunidades de refugiados más grandes del mundo.
Gul Bibi Shamra de 3 años.
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2 comentarios:

Danie López García dijo...

¿A quién no se le resbala al menos una lágrima viendo estas desalentadoras imágenes?
Es la primera vez que accedo a Lápices Para La Paz y quería felicitaos por la increíble labor que estáis llevando a cabo. Me alegra muchísimo descubrir un halo de esperanza como este en un mundo de tinieblas; como decís, publicáis aquello que no aparecerá en los medios de comunicación de masas, y por ello os doy las gracias.
Os animo a continuar y, a partir de ahora, estaré pendiente de todo cuanto publiquéis. ¡Gracias de nuevo! Daniel L.G.

Alicia Mora dijo...

Gracias Daniel!!